Había decidido encararla,
después de evadirla durante varias semanas. Era cierto que trataba de asumir la
posición más serena posible, sobre todo en ella; era cierto también que no
sabía sí lo que sentía era ira, frustración o una mezcla de ambas; además de
ello había procurado regresar a la política de ser consecuente entre lo que
dice, lo que hace y lo que dice que hace. A pesar de ello no podía negarse que
esa noche había llorado con la intensidad (aunque no con la frecuencia) con que
lo venía haciendo hace unos meses, esta vez el tema era nuevo y era la
comprobación de una hipótesis que había formulado en confidencialidad consigo
misma.
Había vuelto a ser fría. Sin
tartamudear y sosteniendo la mirada, usando ese tono despectivo que le permitía
su sonora voz le dijo:
-Sé que pasó. Sé, además,
que no fue algo que ocurriera precisamente “sin querer”, por casualidad… un “no
sé cómo pasó”, no sería creíble, de hecho sabes que lo sé… tu intensión no era
de disculpar, era de contar, como si de esa manera consiguieras lavarte la
culpa que te tortura…de hecho, sí me lo preguntas creo que ni siquiera tienes
remordimiento…Sé que lo disfrutaste ¿y quién no?